¿Que le pasó a los chilenos?
La semana antepasada asistí como invitado a exponer para la conferencia
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Axel Kaiser
La semana antepasada asistí como invitado a exponer para la conferencia anual de la Association of Private Enterprise Education en Las Vegas. Una de las cosas más sorprendentes del evento fue constatar lo preocupado que se encuentra parte importante del mundo académico norteamericano sobre lo que está ocurriendo actualmente en Chile. Un connotado profesor de economía me preguntó si acaso estábamos locos por deshacer el sistema económico que nos ha convertido en el país modelo de América Latina. Muchos otros preguntaban desconcertados qué le pasó a los chilenos para decidir un giro tan evidentemente contrario a la trayectoria exitosa que el país ha tenido en las últimas tres décadas.
Por supuesto, esta preocupación no se debe a que Chile sea relevante desde un punto de vista político, económico o militar, pues no lo es. Pero sí es extremadamente relevante desde un punto de vista simbólico. El nuestro fue el primer país del mundo en elegir democráticamente a un presidente marxista y el primero también en abandonar completamente un modelo socialista para introducir uno de libre mercado, sirviendo de inspiración para las reformas de los gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra. Los intelectuales de izquierda en el mundo entero escriben sobre Chile como el “primer experimento neoliberal”, identificándolo como un episodio clave en el triunfo del capitalismo occidental en la batalla de las ideas durante la Guerra Fría.
Así las cosas, para un extranjero, que el país modelo de la región decida de pronto seguir a los peores del barrio no puede causar sino perplejidad. El por qué esto ha ocurrido se debe en buena medida a que quienes debieran haber defendido el sistema no hicieron lo suficiente. Es difícl negar que Sebastián Edwards tenía razón cuando dijo que los empresarios -salvo excepciones- se dedicaron a cosechar los beneficios del “modelo” sin comprometerse realmente con su defensa. Por defensa debe entenderse sobre todo la de las ideas, pues a fin de cuentas es el consenso en torno a un par de ideas lo que permite que ciertas instituciones subsistan. Y ese consenso se define esencialmente por lo que transmiten los intelectuales.
En Chile, los intelectuales de izquierda -y muchos de derecha-, junto con obispos, políticos, artistas, etc., instalaron la idea de que el sistema de libre mercado es injusto por la desigualdad que produce. El mejor ejemplo del triunfo cultural de la izquierda fue ver a un gobierno supuestamente de centroderecha endosando esta tesis por completo. Como resultado de este proceso de derrota intelectual el escenario de la discusión pública se corrió totalmente hacia la izquierda dejando a quienes defienden este sistema casi off side.
Pero no es tarde para reaccionar. Milton Friedman cuenta que cuando él junto a Friedrich Hayek y un grupo de connotados intelectuales liberales fundaron la Sociedad Mont Pelerin en 1947 con el fin de revivir el liberalismo clásico, todo el mundo los consideró unos locos extremistas. En la época el socialismo era la moda incluso en Estados Unidos, entonces inmerso en la marea estatista legada por el New Deal. Finalmente, el tiempo probaría que Friedman y los miembros de la Mont Pelerin tenían razón y que los extremistas eran los socialistas, cuyo proyecto terminó fracasando colosalmente. Friedman, quien vivió en carne propia la campaña de desprestigio organizada por la izquierda internacional, advirtió que este triunfo del liberalismo no fue gratis. Se requiere coraje, dijo el Nobel de Economía, para desafiar una corriente de ideas dominantes. La lección de esta historia es que no podremos preservar lo alcanzado en Chile si andamos temerosos de defender lo que tenemos.
Si hoy estamos en una situación que hace años parecía inconcebible es precisamente porque faltó determinación para defender moralmente el sistema actual. Esta verdadera debilidad disfrazada de prudencia llevó a que el límite se corriera cada vez más hacia la izquierda. Y todavía puede correrse mucho más si no se hace un esfuerzo serio por ganar la batalla de las ideas.